Mis tesoros, mis amores

Mi familia

Por parte de madre, todo es sencillo. Mi madre es una criollita de raíz, con algo de mora, tal vez. Típica: pequeña, piel de caramelo, ojitos achinados y sonrisa dulce. Es la persona más bondadosa que conozco y una conversadora tenaz. Mis abuelos maternos venían de Islas Canarias, conocían bien el campo pero siempre vivieron en una playa con cocoteros, donde crearon un jardín de helechos gigantescos, flores carnosas y limoneros sanadores. Y como no tenían televisor… poblaron el jardín con doce hijos; mi madre fue la número seis. Todos los Duque son fáciles para la broma, sentimentales hasta el llanto y los primeros en la fiesta. Como crecieron en familia, suelen sentirse en familia en cualquier sitio. Ellos creen en casi todo pero desconfían de quien trata de hacerles creer algo. Las mujeres son generosas, impetuosas, y sabias para seducir y para cocinar.

Mi familia paterna… cómo lo explico. Mi padre proviene de una enredadera genealógica donde hay abuelos españoles y suizos, bisabuelos suizos e italianos, tatarabuelos italianos y de cuánto lugar hay en el mapa europeo. Cuentan, porque todo es leyenda transocéanica en esta rama de mi familia, que unos cuantos Canetti tuvieron un famoso circo ambulante que recorría desde Bremen, Alemania hasta Florencia, Italia… que no, que no, me aseguró una tía, que eran hombres de letras que devoraban libros hasta las tantas de la madrugada y amaban a sus mujeres a pleno sol… que no, que no, me contó otra tía, que los Canetti tuvieron castillos en Transilvania… claro que no, por supuesto que no, me dijo mi abuela, qué castillos ni castillos, ni siquiera tenían casas, se la pasaban viajando, que una vez tu bisabuelo se fue con un tal Miguel de Unamuno a darle la vuelta al mundo, que tu bisabuela se encerraba en cuartuchos de Madrid, de Berna o de Ginebra a pintar cuadros escandalosos de mujeres desnudas y a escribir poemas que luego Ramón Gómez de la Serna se atrevió a celebrar, que tu abuelo me hizo el amor en pleno bombardeo de la guerra civil española y nueve meses después, en un refugio, el sonido de una bomba estalló en mis oídos y yo estallé en gritos… y nació tu tío Alejandro dando unos alaridos tremendos.

Mis hijos

Tengo dos hijos. Ares, el mayor, nació en 1998. Eros, el menor, nació en el 2000.

Ares, nombre del dios greco-latino de la guerra, es puro amor. Eros, nombre del dios greco-latino del amor, es un guerrero.

Mis hijos no se parecen en nada. No parecen hijos ni de la misma madre ni del mismo padre… Ni siquiera parecen nietos de los mismos abuelos. Parecen criaturas de distintos planetas. El ying y el yang. Ares es un buñuelo en almíbar; Eros es ají picante.

Ares es todo peace and love, pensando en cómo lograr que las musarañas no se extingan y los conejillos de Indias dejen de estar en fallidos experimentos científicos. Joven creativo, solidario, dulce, preocupado por los demás, profundo en cada análisis, curioso e innovador. Eros es atlético, hiperactivo, ingenioso, apasionado; seduce a tirios y troyanos con su carisma y gracia.

Qué no dirá una madre de sus hijos. Me miro en sus ojos y aprendo a ser buena. Hoy Ares es un joven graduado de informática (Computer Science) que continúa estudiando. Eros que desde pequeño mostró una clara inclinación por las artes y la música, estudia en Berklee College y “amenaza” con llenar de su música el mundo que lo rodea.

Más allá del lazo de amor tan fuerte que nos une, tuve y eduqué a mis hijos para que fueran independientes y valientes, sin egos ni apegos. No me pertenecen ni me deben nada.

 

Mis amigos

Mis amigos escaparon un día y ahora viven en Canadá, en España, en México, en Francia, en Suecia, en Rusia y hasta en Afganistán. Muy pocos quedaron en Cuba. Algunos los hallé en el camino, y han logrado ser tan constantes como los de toda la vida.

Mis amigos me demuestran su afecto sin aspavientos, con acciones sencillas y grandes. Ellos aman a mis hijos, leen mis libros, me cuentan casi todo, y me hacen reír cuando me notan triste.

Mis amigos no me juzgan cuando meto la pata, ni me reclaman por no contestar mensajes o llamadas, ni me manipulan para conseguir algo. Ellos me contradicen sin lastimarme, que hasta parece que aprueban lo que hago.

Mis amigos creen tanto como yo en la palabra lealtad. A la hora “de los mameyes”, prevalece lo que tenemos en común: el amor, la amistad, por encima de aquello que nos diferencia: ideologías, creencias, miedos y heridas. Y nunca se ofenden por algo que no supe expresar o por  no ser como ellos prefieren en ciertos momentos.

Mis amigos me cuidan y saben que yo los cuido.

 

Mis maestros

La primera maestra que recuerdo fue Sofía Marinello, en primer grado, en la escuela primaria Felipe Poey (La Habana, Cuba). Mujer prudente y sabia, con absoluta vocación por la enseñanza.

Luego, en la escuela Alfredo Miguel Aguayo, recuerdo a Belkys y a Sonia, qué buenas personas, y a Francisco, que se la jugaba por sus estudiantes.

Recuerdo a Luis David, mi profesor de física, que me tenía embobada con sus experimentos, en una edad en que yo era un experimento adolescente.

En el pre-universitario, recuerdo al profesor Rafael Tena por su manera tan intensa de enseñar literatura. Fue él quien más me motivó a escribir con disciplina, me alentó a formar parte de talleres litearios y vaticinaba mi vida de escritora.

Pero hay un maestro a quien venero especialmente y que sigue vivo en mi memoria: Ulises Cruz. Fue el profesor de toda mi vida. Desde

que tenía cuatro años, me dio clases de pintura y de teatro, y me mostró cómo crear un mundo dentro del mundo. Vivía en Cuba, rodeado de estatuas romanas, rejas oxidadas, piedras de colores, jarrones japoneses, figurillas rusas, flamencos de mentirita, pavorreales de verdad… en un universo rico y ecléctico que solo un niño grande como él era capaz de crear en una isla del tercer mundo.

A todos, por siempre agradecida.

 

Mi país

No tengo país. Nací en Cuba. Pero mi familia nació en otro lugar muy distinto y distante. Vino de Suiza, de Italia, de España, de la Remanganagüa y de la Conchinchina.

Un tatarabuelo nació en Florencia, Italia, pero emigró a Brissago, Suiza. Un bisabuelo nació en Brissago, Suiza, pero emigró a Madrid, España. Un abuelo nació en  Madrid, España, pero emigró a Brissago Suiza. Y a Ginebra. Y a Berna. Y por fin a la Habana.

Yo nací en la Habana pero emigré a California y luego a Massachusetts. Mis hijos nacieron en Massachusetts y no me extraña que vuelen algún día hacia algún confín del planeta.

Mi país natal no existe. He vuelto al lugar donde se supone que estaba, pero no están ni la casa ni los amigos ni el barrio… Nada está como lo dejé. Mi país es el país de los recuerdos.

Mi país son todas las tierras de las que escucharon hablar mis abuelos a sus abuelos. Yo he continuado el cuento y les hablo a mis hijos un país donde había una bodega en la esquina… de la cola del pan, de los frijoles negros, del cañonazo de las nueve, de los muñequitos rusos, de las pañoletas y las marionetas, de los juguetes esporádicos y los míticos sobrecumplimientos, de la Calabacita y las consignas… “en fin, del mar”.

Con los años, mezclo pasajes y paisajes, reinventando ese país donde deseo vivir siempre: el de la memoria feliz.