• Cuando cumplí 4 años, a mi madre se le ocurrió la estupenda idea de dejarme en una biblioteca mientras ella terminaba sus estudios universitarios por la noche, después de su jornada laboral.

  • Si me gusta una música, no me aburro de escucharla. Si me gusta un libro, no me canso de leerlo. Puedo asimilar cantidades industriales de helado de chocolate. Y si me gusta una película, ¡puedo verla

  • Como soy Tauro y tengo mi dosis de suiza, adoro la armonía. Ordeno mi casa como si dispusiera los elementos dentro un cuadro, todo muy bien puestecito y guardando la distancia. El reguero solo existe

  • La cosa se remonta a mi infancia. Mi abuela me dijo que eso que tenían los hombres colgando entre las piernas se llamaba «colilla». Así que yo siempre creí que los hombres hacían pipí con una colilla

  • Mi abuela Carmen era más española que las castañuelas. Yo crecí bajo su ala de nostalgia: Madrid, ay, Madrid. Ella le tenía un miedo patológico a los truenos. Había vivido bajo el fuego de una guerra.

  • Lo primero es aclarar que no, que no lo era, que no lo soy. ¿Cómo podría serlo con tanta sangre mezclada en mi sangre? Pero cierta vez llamaron a mi madre del círculo infantil al que yo iba de niña y

  • “…Escribo casi todo lo que me pasa por la cabeza, pero es muy poco lo que termina en literatura. Respeto el oficio de la palabra y la selectiva expresión gráfica de ese pensamiento desbocado”.

  • ¿Quién soy? ¿Y por qué me lo preguntan a mí? ¿Quién soy yo para saberlo? Si me ven de frente y no lo saben, ¿cómo creen que yo, que no me veo, voy a saberlo? Quizás soy lo que me quiero creer que soy,

  • En mi casa no se decían malas palabras. Si a mi padre se le escapaba alguna, mi madre se apresuraba a transformarla en otra. Por eso nunca había «culos», sino «cubos». Y si el guaguero no paraba en la

  • Habanera de nacimiento, cubana por convicción, caribeña sin remedio, suiza, italiana y española por herencia, de origen cultural serfadí y estadounidense por elección.

  • No puedo recordar cuántas y cuáles son las metidas de pata. ¡Son muchas! He espantado a pretendientes que han estado a punto de besarme por algo horrible que les dije justo antes. He malogrado momento

  • En La Habana, en el barrio de La Víbora, había una casa enorme de finales de siglo XIX, que alguna vez tuvo salones de baile, cuartos secretos, escaleras de caracol, techos de puntal muy alto bordados